sábado, 19 de mayo de 2012

CAFÉ CON LECHE Y GALLETAS


La memoria de las mayores

     Estoy empezando a pensar que me hago mayor, no es que sea una chavalina, pero tampoco es por la edad (no la pienso decir) sino por el síntoma de los “recuerdos antiguos”. Nombre inventado por mí para denominar al hecho de estar recordando  sucesos de hace bastante tiempo con mucha frecuencia. Es cierto que ya tengo lo que llaman memoria histórica; años vividos para poder aburrir a mis hijos con batallitas de las de antes.
     Hoy quiero contaros una en la que pienso muy a menudo.
     Yo estaba en la universidad y compartía un piso de estudiantes con amigas, no teníamos grandes lujos, ni en el contenido del piso ni en el de la nevera. Pero nuestras madres venían de vez en cuando y traía el avituallamiento correspondiente a medio mes aproximadamente.
     Tenía dos amigas, hermanas, que vivían en un piso muy cerca del mío y con las que pasaba mucho tiempo. Una tarde llegaron a casa sin esperarlas, de una forma un poco rara. Percibí que algo había que se me escapaba. Es cierto que iban muchas veces, hablábamos y fumábamos (era lo que tocaba) y después cada una a su casa.
     Pero aquella tarde apenas habían llegado, la más pequeña me dijo que si no les ofrecía un café. Yo, por supuesto, le dije que sí, sin ningún problema. Cuando lo iba a servir me pidió unas tazas grandes, de las de desayuno, y se las puse. Y ya para terminar de rizar el rizo cuando lo estaban bebiendo, con bastante leche, me dio a entender que con unas galletas estaría perfecto. A mí todo aquello me pareció un poco raro, pero lo atribuí a un abuso de confianza. Lo que ahora se llama “echarle morro”.
     No podría explicar qué es lo que ha hecho que de vez en cuando esta imagen venga a mi cabeza, cómo cuando en las películas importantes dicen: “Hay algo que se me escapa y lo tengo delante de mis narices”. Yo no voy a ser menos (sonrisa).
     El caso es que hasta hace unos años no se me encendió la lucecita que aclaraba todo el misterio. Mis amigas tenían HAMBRE. Sí, esa sensación que pensamos conocer pero que imagino que está muy lejos de lo que se siente cuando es de verdad. Ellas tenían hambre (lo repito), y lo peor; no tenían nada en su casa para comer.
     Cuándo llegué a esa concusión (después de años) la pregunta que me vino a la cabeza fue ¿y por qué no me lo dijeron? Siempre pensé que teníamos bastante confianza, pero parece que hay cosas que no entran dentro de esta categoría.
     ¿Y por qué a mí nunca se me ocurrió pensar en esta posibilidad? ¿Era tan ingenua que no me daba cuenta de nada? Algo quizás, pero no me parece  que fuera esa la razón. Simplemente creo que fue porque el hambre no existía en mi cabeza como una necesidad que pueda tener alguien cercano a mí.

     Además, hay otra cuestión;en la sociedad en la que vivimos parece que estamos obligad@s a mantener una apariencia. Quedarse en una situación de necesidad era (para la clase media española), hasta hace poco, algo que muy pocas personas podían conocer. Una situación que había que disimular, hacer como que no pasaba nada, una deshonra. Esas expresiones que escuchanos por todas partes de “mis hijos no van a ser menos que los demás” o “aunque tenga que quedarme sin comer él va como los demás”.
     Cuántas mujeres, en estos momentos tan complicados,  estarán pasando las de Caín, para que sus hijos e hijas sean cómo l@s demás. Penurias que se sufren en el más absoluto de los secretos, excepto en los servicios sociales o alguna organización que visita lo más lejos posible para que no la descubran en el entorno más cercano.
     Todo por esta sociedad de consumo que nos arrastra y nos obliga a “ser como los demás”, y a las mujeres a hacer “lo que haga falta por nuestras hijas y nuestros hijos”. Esa enseñanza que tenemos tan interiorizada y que nos puede destrozar la vida cuando pensamos en “fracaso” si no logramos conseguir los objetivos que nos imponen a nuestro alrededor.
     No digo yo que no haya hombres también, pero de momento, las heroínas que más conozco son mujeres.
     El debate daría para mucho, pero será en otro momento, ahora me quedo con la realidad.
     Cuando el número de familias con problemas, según los datos oficiales hay medio millón que no tiene ningún ingreso, es tan numeroso, espero que vaya llegando el momento en  que no tengamos que seguir aparentando lo que no somos y empezar a aceptar que el hambre y la necesidad es algo que podemos encontrar en cualquier persona que nos cruzamos por la escalera o el barrio.
     Ojalá que al menos tanta desgracia nos valga para que la solidaridad entre comunidades funcione de verdad, sin prejuicios y aceptando que la familia 500.001 puede ser la nuestra.
     Muchas mujeres nos lo agradeceran.
     Por cierto, mis amigas no volvieron a pedirme nada de comer y aunque no las he vuelto a ver sé que les va bien.












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