viernes, 23 de noviembre de 2012

Historias de vecinas



Araceli estuvo esperando a que sonaran los pasos en la escalera, Loli era tan poco discreta que siempre que llegaba se enteraba nada más cerrar la puerta de la calle. Los golpes de las botas en los escalones iban indicándole cuanto quedaba hasta el tercero. Escuchó el portazo de su piso y decidió dejar un pequeño margen para que se pusiera cómoda.
Pensó, recordó y ensayó en voz alta el diálogo que tenía preparado con las alternativas que podían ocurrir. No quería que la dejara sin argumentos. Uno, dos, tres… ¡allá va!
Tocó el timbre y nada más hacerlo sintió que la boca se le quedaba como si hubiera comido medio kilo de bacalao, pedía agua urgentemente. Pero aguantó, ¡meca!, Loli debía de estar en la ducha. ¡Parecía tonta! ¿Acaso no estaba acostumbrada a oír el agua en el baño a los cinco minutos de entrar ella en casa? ¡Cuantas pestes le había echado sin llegar a decirle nunca nada! A Loli no le importaban ni la hora ni los ruidos, era una acción rutinaria que cumplía fielmente.
Cuando apareció detrás de  la puerta confirmó sus reflexiones, el olor a gel afrutado, de esos que parecen  manzanas ( y que no soporta) ,le  llegó desde el baño. Loli vestía un chándal rosa, la melena recogida y zapatillas de felpa naranja, con una Hello Kity en cada una.

Loli es de estatura normal, con una guapa melena castaña clara, buen cuerpo y estilo para vestir cuando la economía se lo permite, que no es muy a menudo. Nunca se han tratado demasiado a pesar de que las puertas de sus pisos están una al lado de la otra, aun así, conoce lo suficiente sobre ella: Tiene una media jubilación por un problema cardiaco grave sucedido hace unos años y ahora trabaja en una tienda de ropa cara porque la dueña obtiene beneficios debido a  su minusvalía. Así de dura y real.
La miró con cara de sorpresa, sonrisa con apertura melón en su boca y la frente relajada. En todos los años que llevaban de vecinas debía de ser la segunda o tercera vez que llamaba a su casa; le preguntó qué quería  sin invitarla a pasar.
Y Araceli empezó tímidamente uniendo las letras, despacio, para formar las palabras adecuadas, observando su reacción y siguiendo su memorizado discurso. A medida que cogía confianza lo que salían ya no eran palabras, sino frases  a una velocidad y claridad que le sorprendieron a ella misma. Cuando acabó se sentía como cuando era pequeña y le confesaba un secreto  a su madre. Muchas veces sabía que tendría un castigo pero era mejor eso que vivir con aquella angustia dentro. ¡Por fin, hecho!
Estaba tan ensimismada que no se había dado cuenta de la cara de Loli; era un cuadro, pero de verdad. En ese momento idéntica al Caballero de la mano en el pecho del Greco; la cara larga, los ojos caídos que parecía que de repente se habían introducido en las cuencas producto de una vergüenza inconfesable y la mano en el pecho, que era lo que más le preocupaba. Temía que le fuera a dar algún infarto  por su culpa y entonces menudo arreglo habría preparado.
Y lo peor era que no hablaba, ni media palabra. Sin previo aviso empezaron a caer unas enormes lágrimas por su cara, fueron unos instantes, no duraron más. Se recompuso, cambió hasta el color de sus mejillas y con una altivez que la dejó fuera de juego le dijo que se metiera en su casa y se ocupara de sus asuntos. Sin darle tiempo a decir palabra le cerró la puerta en las narices de manera que sonó en todo el edificio un enorme zambombazo, eso  la hizo reaccionar.
Antes de que nadie la viera se metió en su casa y todo aquel sentimiento de trabajo  bien hecho y tarea cumplida se transformaron en  dudas, miedo y una rabia que la encendía. Pero ¿esta tía que es lo que quiere? ¿Aparecer llena de golpes o tal vez algo peor? Pues mira, problema de ella, es lo que se merece. ¡Por imbécil! Encima de que se había atrevido a dar el paso sin que ella se lo hubiera pedido, la trataba así. ¡Era una orgullosa y una prepotente que no quería reconocer que necesitaba ayuda! Y así continuó relatando un rato.
Al final consiguió relajarse un poco y se sentó a pensar qué hacía ahora. Unos instantes antes lo tenía muy claro pero en este momento...  dudaba de todo.





















viernes, 2 de noviembre de 2012

LA BRUJA SIMONA


Reunión de brujas Frans Francken el Joven, 1610. Pinacoteca de Munich.

En una casa de la misma calle, un poco más abajo, vivía la señora Simona. Una mujer gorda, que tenía problemas con muchas vecinas y fama de ser un poco “frívola” y bebedora.
La recuerdo mayor, tal vez con 60 años, no muy agraciada,pelo medio canoso, con unos ojos grandes como sapos y un bigote y barbas sospechosas. Además de un olor desagradable, tal vez un poco sulfuroso, pero a estas concrecciones ya no me atrevo después de tantos años.
Su casa estaba unida por la parte de atrás con otra familia y no tenían buena relación. En ella vivía un matrimonio con dos mellizas, y según esta vecina, cada vez que se enfadaban o discutían por algo con ella, al día siguiente todas sus sábanas aparecían llenas de manchas de aceite. Pero para que no hubiera dudas, ¡no sólo las que tenía tendidas en la calle!, también las que estaban puestas en las camas.
-¿Cómo se explica esto?- Decían mis vecinas, unas a otras.
-La pobre Josefa (que así se llamaba la afectada) se ha pasado el día metiendo la ropa en agua caliente con jabón de sosa, y ni así consigue que queden limpias. Debe de ser alguna grasa rara.
-Y siempre coincide con alguna discusión, por lo visto ayer fue porque las crías le tiraron tierra a su puerta. ¡Ya ves, si lo único que estaban haciendo era jugar!
-Pues yo por si acaso no quiero problemas (decía siempre mi madre), y tú ¡ten cuidado con lo que haces!- mirándome.
Pero la mejor historia sobre ella era aquella que contaba que era capaz de transformarse en gata por la noche. Así era cómo lograba entrar en las casas y manchar las sábanas y todo lo que se proponía.
La descubrieron unos parientes nuestros que tenían en la parte superior de la casa un antiguo molino con unas cernideras, utilizadas para limpiar la harina. Todas las noches cuando estaban durmiendo sonaban las dichosas cernideras y este pariente subía para ver quién las movía, pero lo único que veía era un gato o gata. Cansado de tanto misterio prepararon una trampa para cazar al gato o gata, y le dieron una gran paliza.
Al día siguiente la señora Simona no apareció por la calle y cuando al cabo de unos días la vieron caminando iba cojeando y llena de moratones por la cara y manos. Ella siempre dijo que se había caído por la escalera, pero entonces -¿por qué no ha ido al médico? -decían las malas lenguas. Y lo más importante; ¿por qué nunca más apareció el felino por aquella casa?
Ante todas estas historias, las pocas veces que conseguí entrar en su guarida miraba por todas las esquinas buscando marmitas, animales raros en jaulas o alguna cortina que escondiera posibilidades para mi imaginación.
Yo nunca vi nada, pero me olía raro, y estoy segura de que era verdad; era una bruja. Cuando bajaba por la calle siempre oía como alguien la había visto con EL. Este era un ser misterioso, que todas las personas conocían, pero del que nadie decía su nombre. Tenía la capacidad de estar por todos los lugares donde iba ella.
 Eso sólo podía conseguirlo el Demonio, o algún ser extraño no humano, razonareis conmigo.
Lo único que nunca comprendí era porqué en lugar de hablar a sus espaldas no intentaban avisar a su marido y familia de los peligros de esta compañía, a no ser que nadie “supiera, oyera ni viera nada”, como me decían a mí cuando preguntaba de qué hablaban;
-“¡Tú te callas, que ni sabes, ni has visto ni oído nada!”-