sábado, 22 de diciembre de 2012

LA MODA DEL PERDÓN



El otro día estaba yo contemplando una escena bucólica, es decir, rural y pastoril ¡de pueblo,vamos! Imaginaos a dos niños de unos 5 años jugando en la calle. Ambos guapos, muy guapos, pero uno era como los angelotes del renacimiento. Rubio, con el pelo rizado a media melena, ojos grandes y claros y una cara blanca con  pequeños coloretes, de los que llaman la atención y todas las abuelas le pellizcan el moflete.
Cómo iba contando, contemplaba esta escena cuando de repente el angelito en ciernes epieza a pegar al compañero sin motivo aparente y ante la mirada de la madre por las protestas del "menos angel" cambia la cara y transformandose otra vez a miguelangelino pronuncia con vocecita propia de su elevación "perdona ...., perdona". Y esa madre observadora, que sólo se ha percatado de la última parte, le dice con una cara de adoración total "muy bien hijo, así me gusta, pidiendo perdón".
Yo quedé estupefacta, pero sobre todo con unas ganas de levantarme y coger al angelote por los pelos y decirle cuatro cosas, al igual que a la madre amantísima e ignorantísima de lo que tiene en casa.
Dirán que soy una exagerada, pero no, que lo ví con estos ojitos u ojazos y lo escuché con estos oídos que no orejazos.
Por lo que yo percibí, el funcionamiento es el siguiente; el niño pega o hace lo que le place, siempre que, cuando la parte afectada eleve el tono más alto de lo normal, represente el "mea culpa" mejor escenificado y creíble que pueda. Asunto zanjado. Nada de propósito de enmienda, ni de arrepentimiento sincero, eso pasó a la historia.
¿Tanto ha cambiado el cuento? En mi época si hacías algo mal tenías muchas posibilidades de recibirlo en la misma cantidad, aparte del castigo seguro, que al final era lo que realmente fastidiaba; Sin paga el domingo, sin salir a jugar un par de días, sin televisión....etc.etc. era lo habitual, y raro el día que alguien de la pandilla no padecía alguno, por otra parte, totalmente asumido y visto cómo habitual por el resto.
Sin embargo a mí lo que me alertó no fué la escena en cuestión, que podríamos verla como algo habitual entre infantes (sin título), sino la sensación de ver representada una actitud muy frecuente en nuestra sociedad, a otra escala: LA MODA DEL PERDÓN.
Recordemos el ejemplo de el Rey por ir de caza, Ana Botella por el suceso de Madrid, el Papa por La Inquisición o el Holocausto, o Rajoy por no llevar cinturón de seguridad (creo que es lo único de lo que se ha arrepentido hasta ahora).
A veces creo que William Munny , Clint Eastwood- Sin Perdón , tenía más dignidad y sentido de la responsabilidad haciendo su trabajo (salvando las distancias) que muchas y muchos a los que diariamente aguantamos y sufrimos con sus mentiras, hipocresías y esa chulería de "Fuí creado o creada para esta misión.."
Definitivamente si, creo que tendría el suficiente trabajo como para conseguir esa jubilación que le faltaba y a su vez arreglarnos la nuestra.






lunes, 3 de diciembre de 2012

FLORES PARA UNA TUMBA


Araceli se levantó con dolor de cabeza, las palabras le retumbaban todavía como si vinieran desde un aparato de música estropeado; distorsionadas, lentas y amenazantes..- hi -ja  de  pu- ta, da- te  la vu-el- ta  que  te  voy  a  en-se-ñar  lo  que  es  un  hom-bre. Tiembla al recordarlo, no sabe que va a hacer pero no puede seguir así.
 ¿Por qué no podremos elegir a las vecinas y los vecinos?
              La suya  se llama Loli y lleva conviviendo con su pareja (entre primeras y segundas oportunidades) unos cuatro.
Loli es de estatura normal, unos 35 años, con una guapa melena castaña clara, buen cuerpo y estilo para vestir cuando la economía se lo permite, que no es muy a menudo. Nunca se han tratado demasiado a pesar de que las puertas de sus pisos están una al lado de la otra, aun así, conoce lo suficiente sobre ella: Tiene una media jubilación por un problema cardiaco grave sucedido hace unos años, está separada de su primer marido, ¡otra historia parecida!, y ahora trabaja en una tienda de ropa cara porque la dueña obtiene beneficios asociados a su minusvalía. Así de duro y real.
La fama de mala cabeza y persona inestable la ha acompañado a lo largo de su vida, aunque Araceli piensa que su baja autoestima tiene mucho que ver.
En ella todo es un continuo ir y venir, todo se  repite. Después del lío que montaron, con denuncias de malos tratos por parte de ella, acusaciones de robo de dinero y broncas entre las familias, han vuelto a vivir  juntos.
Javier, que así se llama, es cinco años menor que ella, más bajo , delgado y no debe de ser feo, pero a estas alturas cada vez que lo ve no se molesta ni en mirarlo a la cara, solamente puede escupirle un “hola” con la mínima pronunciación y esfuerzo posible.
 La mayoría del tiempo no tiene trabajo y arrastra fama de ser un celoso  preocupante. Para él sólo existe una pasión: las motos, esas especiales para ir a la montaña y dar tumbos y saltos por senderos o donde le plazca, para eso siempre hay tiempo y dinero.
¡Y vuelta a empezar!, los gritos, la falta de respeto, y el emigrar de Araceli del salón a su habitación (la zona más alejada) para no escuchar y así no sentir tanto remordimiento. Si ocurre algo, prefiere no saberlo, no oírlo.
Pero ya no puede más, tiene que actuar.
Ayer fue ella la que discutió con sus amigas cuando les contó lo que había decidido: Va a ir a denunciar la situación de Loli ¡con ella o sin ella! Tiene claro (casi)  que quiere  hacerlo…
Sin embargo, todas estaban en su contra, que si está chiflada, que se va a meter en problemas con las familias, que si Javier va a ir a por ella y sobre todo que probablemente Loli no va a estar de acuerdo y tendrá  que respetar su opinión.
Le da igual, está cansada de hacer  como que no oye, de soportar que todo el mundo hable y hable (si, ella también) sin hacer nada de nada. Loli no escucha a las pocas personas que se atreven a decirle algo, reciben siempre la misma respuesta; “es que a pesar de todo es muy bueno y me quiere mucho”, como le dijo a Gloria la semana pasada cuando fue a visitarla a la tienda.
Si algún día le pasa algo, estas mismas personas serán capaces de acusarla de no mover un dedo viviendo al lado. ¡A toro pasado todo es muy fácil!

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Araceli estuvo esperando a que sonaran los pasos en la escalera, Loli era tan poco discreta que siempre que llegaba se enteraba nada más cerrar la puerta de la calle. Los golpes de las botas en los escalones iban indicándole cuanto quedaba hasta el tercero. Escuchó el portazo de su piso y decidió dejar un pequeño margen.
Pensó, recordó y ensayó en voz alta el diálogo que tenía preparado con las diversas opciones que podían ocurrir. No quería que la dejara sin argumentos. Uno, dos, tres… ¡allá va!
Tocó el timbre y nada más hacerlo sintió que la boca se le quedaba como si hubiera comido medio kilo de bacalao, pedía agua urgentemente. Pero aguantó, ¡meca!, Loli debía de estar en la ducha. ¡Parecía tonta! ¿Acaso no estaba acostumbrada a oír el agua en el baño a los cinco minutos de entrar ella en casa? ¿Cuantas veces había protestado en voz alta por ello? A Loli no le importaba la hora ni los ruidos, era una acción rutinaria que cumplía fielmente.
Cuando se abrió la puerta lo confirmó, el olor a gel afrutado, de esos que parecen  manzanas (y que no soporta), le llegó desde el baño. Loli vestía un chándal rosa, la melena recogida y zapatillas de felpa naranja, con una Hello Kity en cada una.
La miró con cara de sorpresa, sonrisa con apertura melón en su boca y la frente relajada. En todos los años que llevaban de vecinas debía de ser la segunda o tercera vez que llamaba a su casa; le preguntó qué quería  sin invitarla a pasar.
Y Araceli empezó tímidamente uniendo las letras, despacio, para formar las palabras adecuadas, observando su reacción y siguiendo su memorizado discurso. A medida que cogía confianza lo que salían ya no eran palabras, sino frases  a una velocidad y claridad que le sorprendieron a ella misma. Cuando acabó se sentía como cuando era pequeña y le confesaba un secreto  a su madre. Muchas veces intuía que tendría un castigo pero era mejor eso que vivir con aquella angustia dentro. ¡Por fin, hecho!
Estaba tan ensimismada que no se había dado cuenta de la cara de Loli; era un cuadro, pero de verdad. En ese momento era como una de las figuras fantasmagóricas del Greco , la cara larga, los ojos caídos que parecía que de repente se habían introducido en las cuencas producto de una vergüenza inconfesable y la mano en el pecho, que era lo que más le preocupaba. Temía que le fuera a dar algún infarto  por su culpa y entonces menudo arreglo habría preparado.
Y lo peor era que no hablaba, ni media palabra. Sin previo aviso empezaron a caer unas enormes lágrimas por su cara, fueron unos instantes, no duraron más. Caían con todo su peso, sin que nada las retuviera hasta que llegaban al jersey de su pijama formando  unas sombras alargadas de acuerdo al resto de su figura.
Se recompuso, cambió hasta el color de sus mejillas y con una altivez que la dejó fuera de juego le dijo que se metiera en su casa y se ocupara de sus asuntos. Sin darle tiempo a decir palabra le cerró la puerta en las narices de manera que sonó en todo el edificio un enorme zambombazo, eso  la hizo reaccionar.
Antes de que nadie la viera se metió en su casa y todo aquel sentimiento de trabajo  bien hecho y tarea cumplida se transformaron en  dudas, miedo y una rabia que la encendía. Pero ¿esta tía que es lo que quiere? ¿Aparecer llena de golpes o tal vez algo peor? Pues mira, problema de ella, es lo que se merece. ¡Por imbécil! Encima de que se había atrevido a dar el paso sin que ella se lo hubiera pedido la trataba así. ¡Era una orgullosa y una prepotente que no quería reconocer que necesitaba ayuda! Y así continuó relatando un rato.
Al final consiguió relajarse un poco y se sentó a pensar qué hacía ahora. Unos instantes antes lo tenía muy claro pero en este momento...  dudaba de todo.
Quería ordenar  las ideas, así que decidió que hasta el día siguiente no volvería a pensar en ello.

 

 

Cuando se vieron a lo lejos empezaron a sonreír, ninguna era muy efusiva, dos besos formales y un ¿qué tal estás? sirvieron para romper el hielo y dar paso a lo que de verdad querían. Hablar y contar, todo sin resúmenes, saber una de la otra hasta la última anécdota. Llevaban demasiados años hablando por teléfono, sólo por teléfono.
Loli ya no huía, y eso se le notaba, sólo hacía cuatro meses que era libre y le parecía que llevaba media vida. Adiós a la vida secreta, a no poder ir al pueblo, ni fiarse de las personas desconocidas... ¡habían sido cinco años duros, muy duros!
Los recuerda día a día, casi minuto a minuto; la paliza final, aquella que la obligó a ir al hospital y mentir una vez más, la cara de Araceli cuando volvió a casa y se la encontró en el pasillo  pero no le dijo nada. Se recuperó con Javier a su lado las 24 horas del día, eso era lo que él quería, tenerla allí, día y noche, dependiente total, necesitando su ayuda hasta para ir al baño, -Cariño, no te preocupes, para eso estoy yo, no necesitas a nadie más- le decía a todas horas.
Casi lo consigue, estuvo a punto, pero no podía. Ya no, quería marchar, salir de aquella jaula podrida y sabía quién la iba a ayudar.
Todo fue poco a poco, cada vez que Javier salía aprovechaban para organizarlo,  antes de que empezara de nuevo, esta vez ya no había vuelta atrás.
¡Y llegó el día! Araceli arrancó el coche y Loli lloró, lloró como nunca lo había hecho, sin parar, sin hablar, sin disimulos. Las lágrimas sabían a  golpes, insultos, peleas, gritos...y ella las iba atrapando con la lengua y tragándolas para que nunca más pudieran volver a escaparse.
Los años en las casas de acogida y grupos de terapia habían sido difíciles, pero muy felices. Compañeras y mujeres como ella, que la entendían y no la juzgaban, donde se sentía respetada y valorada.
Y por fin, hace cuatro meses la llamada de Araceli; había muerto. Si, Javier se había matado con la moto en el monte. Aquella honda cr 85 de segunda mano en verde y blanco, una moto de cross  pagada con el dinero que ella había ahorrado durante un año entero de trabajo, accedió a dárselo después de que él la violara tres veces seguidas y la obligara a jurar que nunca en la vida la habían hecho disfrutar tanto. El merecía aquel capricho -¿a que sí cari, a que no te importa nada dejarme ese dinero? a mí, que soy la persona que más te cuida y te quiere. Tú no te preocupes por nada, que para eso estoy yo aquí, y voy a estar muy, muy contento contigo-
Ahora sabe que es la mejor inversión que ha hecho en su vida; pero no quiere pensar en ello, sino en contarle a Araceli que ha conseguido un  trabajo en otra tienda, y que hay un chico muy agradable en una cafetería de la calle con el que ha quedado un par de veces para tomar algo. Y de que vivir sin miedo es la mejor experiencia que ha tenido, ya no mira hacia atrás cuando camina por la calle.
Está pensando en volver al pueblo en Semana Santa, es cuando más gente regresa y quiere que la vean, que observen lo guapa y feliz que se encuentra. Sólo irá unos días, porque su vida ya no será allí, no podría, pero tiene una tarea pendiente.
Quiere ir al cementerio para llevar un enorme ramo de flores a la tumba de Javier, exactamente lo mismo que habría hecho él con ella.