DE MANCOS, REINAS Y CORTES…
Hace casi 20 años que llegué a esta
tierra a trabajar y aún recuerdo mis “encuentros” con su lengua (llingua, para
los más académicos).
Venía de Castilla, de la tierra del
castellano puro, de mujeres y hombres trabajadores, de pocas palabras y con
fama de tener un carácter seco. Acostumbrada a veranos calurosos e inviernos
duros, fríos, con el fuego y el brasero.
Llegué en Alsa ¿cómo si no? y lo
primero que aprendí es que en Asturias, Alsa no es una compañía de transporte
sino el transporte; aquí se viaja el El
Alsa.
Tomé un café y rápidamente entablé
conversación con un camarero de Cangas que me advirtió de la suerte que tenía
porque iba a estar pa la Descarga del Carmen. Debí de poner tal cara de susto
imaginándome a una santa electrocutada que el pobre hombre se entusiasmó
hablándome de voladores, palenques y algo de que se quemaban muchos kilos de
pólvora y hacía mucho ruído, sin darse cuenta de que yo estaba peor que al
principio, pensando si esta sería la tierra donde vivían todos los mineros que
salían en la tele cortando las carreteras con barricadas de ruedas ardiendo y
dinamita a pedir de boca.
Cuando conseguí instalarme de forma
temporal y necesité comprar los cacharros de cocina, en la tienda descubrí que
las cazuelas se llamaban potas y podía tomar café en un pocillo.
Los días pasaron y al final llegó El Carmen, y con él; la
folixa, las espichas, la xata la rifa, los bollos preñaos, las caipiriñas
asgaya, los frixuelos, el escanciar, el beber en cachu, el orbayu cansino, el
dar a la parpayuela y emburriar hasta no poder más y por supuesto, todo ello, sin
nada catar.
Por otro lado, en el trabajo descubrí
que mancar no es perder un brazo, que la meruca duele a los paisanos, que con
los güeyos se puede ver el calcáñu dentro del calcetu y que el pediatra se
ocupa de neños y neñas que no paran de berrar cuando están afamiaos y meixaos.
Y después de todos estos años, mi
casa está llena de semeyas con dos niños, guajes o neños preciosos de mezcla
asturcastellana, que falan diferente a mí y que me miran con resignación cuando
le pregunto si se han hecho daño en lugar del ¿mancástete? de las demás madres.
Niños que saben que la corte
allandesa está donde sus reinas las xatas, las pitas o los gochos; y que de
ella se saca el cuito para poder semar las patacas y las fabas.
Neños que celebran el amagosto y
conocen la mayada de la sidra, que se duermen escuchando la coruxa y que cuando
no entienden algo preguntan ¿esti cosu como ye,oh?
Nunca me he sentido extraña en esta
tierra; la hospitalidad y el acogimiento son el lenguaje más fácil de entender,
y abrir las puertas y la cafetera es una seña de identidad allandesa. Con este
gesto se superan lenguas, caracteres y hasta las ausencias de la vida.
Y para terminar os diré que cuando voy
a mi tierra me dicen que hablo como asturiana y las gentes de aquí que hablo
como las de allí.
¡Y habrá cosa más guapa no ser de
ningún llau pa poder ser de donde me dea
por la gana!
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