lunes, 27 de enero de 2014

Los domingos de Gallardón


Me resulta difícil entender esta manía persecutoria y controladora hacia las mujeres por gran parte de la sociedad. Y cuando hablo de sociedad me refiero a esta, con la que convivimos en el año 2014, no vaya nadie a pensar que esta entrada es antigua y estoy hablando de los "tiempos de Carolo", como se decía antiguamente.
Haber nacido en el siglo pasado en un pueblo pequeño de Castilla me enseñó desde pequeña que ser mujer debía de ser sinónimo de discreción, vida hogareña y respetuosa con las tradiciones. Salirse del papel te condenaba a estar en el punto de mira del resto de las vecinas y vecinos y eso no era recomendable para la convivencia.
Aprendimos a ser hipócritas, a tener la vida que se esperaba de nosotras ante nuestras familias, conscientes de que nuestras antecesoras habrían hecho exactamente lo mismo para sobrevivir.

La posibilidad de estudiar supuso descubrir que otro mundo era posible. Disfrutar del anonimato y la libertad durante todo el periodo lectivo ayudaba a sobrellevar esos otros de vacaciones en los que volvíamos a ser las chicas modosas de misa, paseo y café con pipas los domingos por la tarde.
Esta situación ha ido desapareciendo poco a poco, sobre todo por que las mujeres nos negamos a regresar a una vida que no era la nuestra, y a la que no queríamos enfrentarnos por miedo a romper el hilo invisible que parecía hacer que todo estuviera siempre bien en aquel pueblo.
Es cierto que hubo conatos e intentos de cambiar las rutinas, pero los pagamos demasiado caros, la incomprensión e incertidumbre que creaba en nuestras familias hizo que algunas recibiéramos esas últimas bofetadas adolescentes que tanto humillan y obligan a morderte la lengua para no reaccionar ante tamaña injusticia.
Y todo esto viene a cuento porque estoy convencida de que esto es lo que le gustaría a este gobierno. Una comunidad hipócrita donde todas y todos aparentemos lo que debemos ser, aquello que se espera de una sociedad bien, donde las normas no se rompan, las protestas no existan y cada cual ocupe el lugar que según Don Rouco Varela-Gallardón tenemos encomendado.
Da igual lo que hagamos de espaldas a ellos, en realidad les importa un carajo, lo único que les interesa es esa paz social aparente en la que los domingos las misas de doce vuelvan a estar llenas de hombres y mujeres separadas y los bares, de chicas de café con pipas por la tarde.









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