domingo, 7 de abril de 2013

Para Ana, la de León.





Es difícil encontrar una persona que estando o no a nuestro lado físicamente, nos acompañe siempre de manera leal y sincera, sin que las circunstancias, desdichas o dichas cambien estos sentimientos.
Pero existen, yo tengo una, y se llama Ana.
Ana es rubia, alta, delgada y buena.
La palabra "buena" lease en toda su grandeza, como esas que pronunciamos con la boca grande, llenándolas de adornos, frases y adjetivos que no se acaban nunca y con las que no me cansaría de contaros y describiros el porqué de su BONDAD.
Nos conocimos a los 18 años, bueno yo tenía esa edad, jeje, que ella es un poco mayor. Aquella residencia de muchachas estudiantes era lo más
 parecido a un paraíso que había conocido, sin una vigilancia constante y el control de horarios de mi anterior internado el cuerpo se me volvió del revés tanto tiempo que aún hoy, a veces, tengo alguna costura que estirar.
Y allí estabas tú, siempre presente y yo siempre ausente. Eso sí, cuando paraba, aparecías, escuchabas y a veces te atrevías tímidamente a dar algún consejo. Pero no era tu estilo, para tí todo tiene una explicación y ocurre por algún motivo, sólo hay que buscarlo o pararse hasta encontrarlo.
Nunca juzgas, todo lo comprendes y lo entiendes, practicando la empatía de la forma más completa que conozco. Siempre la fidelidad, no fallar ni dejar a las personas en la estacada, eso para tí era y es fundamental.
Decidimos compartir piso y sin darnos cuenta escribimos en la vida como si fueran nuestras cuevas de Altamira; allí quedaron las historias de Agustín, el chico al que internaron de niño en el psiquiátrico y consiguió compartir un piso tutelado con otros compañeros, ¿te acuerdas de las veces que le diste de merendar o cenar aprovechando para aconsejarlo y dejarle pistas sobre la realidad de la vida?
Y ¿ tus ancianas? Aquellas que de repente se vieron dispersas por geriátricos o centros después de haber pasado toda la vida en el psiquiátrico? A nadie le importaban, sólo a tí que seguiste acompañándolas y visitándolas para asegurarte de que no les faltaba nada, pero sobre todo, nunca les faltabas tú.
Y de Luisa y su amiga, en silla de ruedas, de las horas que pasabas en tu "frater" y las excursiones a las que ibas para ayudar a chicas y chicos con minusvalías. 
También nos reímos, fundamentalmente cuando te escuchábamos a tí, esa risa tan escandalosa, que en realidad es como tú, limpia, sin frenos ni barreras que la cohíban y que sale desde donde debería salirnos a todas y todos, desde el corazón.
Y lloramos, con problemas familiares, de estudios, de amores...¡ay! ¡vaya paciencia que tuviste!, bueno, también tuvimos. Aquella olla que explotó inundando toda la cocina con callos y su olor correspondiente, o las veces que se te olvidaba el cazo con la leche en el fuego (¿donde estaba el microondas?) hasta que subíamos por la escalera y el tufillo del quemado nos hacía acelerar el paso con una ligera sospecha.
No acabaríamos nunca de contar historias, como personas vivas, inquietas, a las que en algún momento se nos podría acusar de no estudiar demasiado, pero no por estar paradas.¡No!,¡Siempre estábamos viviendo! Y así seguimos, querida Ana, cada una en un lugar diferente.
Tú, fiel, no se te olvida nunca mi cumpleaños o felicitarnos la navidad. Yo....prefiero no decirlo. 
Por todo esto quería escribirte mi pequeña carta y darte las gracias.Sabes que no soy nada besucona ni zalamera, pero en esta ocasión te envío el mayor de todos los imaginables...
UN BESO
 




















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