En una casa de
la misma calle, un poco más abajo, vivía la señora Simona. Una mujer gorda,
que tenía problemas con muchas vecinas y fama de ser un poco “frívola” y bebedora.
La recuerdo
mayor, tal vez con 60 años, no muy agraciada,pelo medio canoso, con unos ojos grandes como sapos y un bigote y barbas sospechosas. Además de un olor desagradable, tal vez un poco sulfuroso, pero a estas concrecciones ya no me atrevo después de tantos años.
Su casa estaba
unida por la parte de atrás con otra familia y no tenían buena relación. En ella
vivía un matrimonio con dos mellizas, y según esta vecina, cada vez que se
enfadaban o discutían por algo con ella, al día siguiente todas sus sábanas
aparecían llenas de manchas de aceite. Pero para que no hubiera dudas, ¡no sólo
las que tenía tendidas en la calle!, también las que estaban puestas en las
camas.
-¿Cómo se
explica esto?- Decían mis vecinas, unas a otras.
-La pobre
Josefa (que así se llamaba la afectada) se ha pasado el día metiendo la ropa en
agua caliente con jabón de sosa, y ni así consigue que queden limpias. Debe de
ser alguna grasa rara.
-Y siempre
coincide con alguna discusión, por lo visto ayer fue porque las crías le
tiraron tierra a su puerta. ¡Ya ves, si lo único que estaban haciendo era
jugar!
-Pues yo por si
acaso no quiero problemas (decía siempre mi madre), y tú ¡ten cuidado con lo que
haces!- mirándome.
Pero la mejor
historia sobre ella era aquella que contaba que era capaz de transformarse en gata por
la noche. Así era cómo lograba entrar en las casas y manchar las sábanas y todo lo que
se proponía.
La descubrieron
unos parientes nuestros que tenían en la parte superior de la casa un antiguo
molino con unas cernideras, utilizadas para limpiar la harina. Todas las noches
cuando estaban durmiendo sonaban las dichosas cernideras y este pariente subía
para ver quién las movía, pero lo único que veía era un gato o gata. Cansado de
tanto misterio prepararon una trampa para cazar al gato o gata, y le dieron una
gran paliza.
Al día
siguiente la señora Simona no apareció por la calle y cuando al cabo de unos
días la vieron caminando iba cojeando y llena de moratones por la cara y manos.
Ella siempre dijo que se había caído por la escalera, pero entonces -¿por qué
no ha ido al médico? -decían las malas lenguas. Y lo más importante; ¿por qué nunca más
apareció el felino por aquella casa?
Ante todas
estas historias, las pocas veces que conseguí entrar en su guarida miraba por todas las esquinas buscando marmitas, animales
raros en jaulas o alguna cortina que escondiera posibilidades para mi imaginación.
Yo nunca vi
nada, pero me olía raro, y estoy segura de que era verdad; era una bruja.
Cuando bajaba por la calle siempre oía como alguien la había visto con EL. Este
era un ser misterioso, que todas las personas conocían, pero del que nadie
decía su nombre. Tenía la capacidad de estar por todos los lugares donde iba
ella.
Eso sólo podía conseguirlo el Demonio, o algún
ser extraño no humano, razonareis conmigo.
Lo único que
nunca comprendí era porqué en lugar de hablar a sus espaldas no intentaban
avisar a su marido y familia de los peligros de esta compañía, a no ser que
nadie “supiera, oyera ni viera nada”, como me decían a mí cuando preguntaba de
qué hablaban;
-“¡Tú te callas,
que ni sabes, ni has visto ni oído nada!”-
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