Esta noche ha
dormido bien, perfectamente, sin nada que le haya preocupado lo suficiente
para dar alguna vuelta más de las habituales. Y eso es precisamente lo que hace
que se sienta tan mal.
¿Será verdad lo
que le dijo aquel compañero de trabajo? Que a ella tampoco le importaba lo que
les sucediera cuando volvieran a su casa, porque si no se las llevaría a la suya o tomaría
otras medidas.
No es verdad,
sabe que no es verdad, o al menos es de lo que intenta convencerse a sí misma.
Era la primera
vez. Profesionalmente, ha podido intuir esa humillación que llevan algunas
mujeres en la mirada, las que hace tanto tiempo que han dejado de levantarla del suelo que cuando acuden a un centro
sanitario es porque ya no pueden con el cuerpo tampoco.
Pero esto era
diferente; una mujer joven, una hija de
veintipocos y un marido y padre empeñado en anularlas hasta ese punto.
Iban entrando
de uno en uno a la consulta del médico, con
los tres a la vez había sido imposible enterarse de algo, y ella
aprovechaba los tiempos de espera para enterarse de la situación. Escuchó
muchas injusticias, desprecios… e intuyó otras tantas. Sobre todo cuando le
tocó pasar a él y quedaron a solas con ella.
Fueron estas dos
frases las que no ha podido olvidar: –Casi me vistió para que viniera, está
convencido de que estoy loca y necesito tratamiento- y - A la niña no la deja abandonar a su pareja, porque según él es muy
trabajador y se entienden perfectamente (ellos dos), aunque no la saca de casa
desde octubre (esta bellísima pareja) -
Quería gritar,
llamarle de todo lo que se le pasaba por la cabeza a él. Y a ellas, que lo
mandaran a paseo; que no aguantaran aquello ni un segundo más.
Pero lo hizo a
medias, comedida, pensando muy bien las consecuencias de lo que decía. Era una
profesional y sabía que todo tenía un proceso. Las conocía desde hace muchos
años, y no sabía si eso ayudaba o dificultaba. A él también. Las ideas
preconcebidas no nos hacen nada bien en muchas ocasiones, perdemos la
objetividad y el sentido crítico.
Sin embargo, en
este caso lo tenía claro. Él era un ser abominable, bebía, sí, pero a estas
alturas ya no colaba. Sabía que no
funcionaba así, los violentos lo son con y sin alcohol.
Habló entre
líneas, como ellas, dio a entender que existían recursos a su alcance para
salir de aquella situación, tenían que tenerlo claro y dar el paso…el más
difícil. Hasta ahí pudo llegar, ellas no hablaban de necesidades sino de
rutinas, de odios y de una vida desgraciada a la que se habían acostumbrado con
estrategias que le permitían liberarse de esta opresión a su manera. Pensaban
que controlaban la situación y escuchó la más común de todas las
justificaciones “por los hijos”.
Nada más, no
pudo conseguir nada más o tal vez no tuvo la decisión para hacerlo. No lo tenía
claro y sigue sin tenerlo. ¿Cuál es le método? Por ganas hubiera gritado a
aquel energúmeno lo que pensaba. El loco era él, un demente y machista que trataba a “sus” mujeres como objetos a su
servicio, para sus intereses, en todos los aspectos. Y a ellas ¡que se fueran!,
mejor ¡que lo echaran! La casa era de la familia de ella. Que se vieran lo
jóvenes y guapas que eran para dejar que nadie le dijera lo contrario, con
muchas posibilidades en la vida. Todas menos la que tenían presente.
Pero no se
atrevió.
Las vio marchar
rápidamente, ellas dos en un coche y él en otro. Con la cabeza alta, demostrando
que se podían arreglar perfectamente sin él, pero también sin los recursos de
aquel centro sanitario.
Habló con sus
compañeros, tenían puntos de vista diferentes ¡Y tanto! Para ellos no había
nada claro, ella no parecía estar bien psíquicamente y la hija no tenía aspecto
de estar preocupada por nada. Y ¿qué mas da? Argumentaba ella, nada justificaba
la situación que tenían delante. ¿Qué situación? Le preguntaban, no han hablado
de violencia ni de necesidades de ningún tipo.
Es cierto, no
han hablado de ellas, pero sabe que existen. Lo intuye y lo percibe, en
realidad desde el día que lo conoció pensó que podía existir esa posibilidad. Y
ahora se han marchado así, sin hacer nada más.
“No podemos
solucionar los problemas familiares de todo el mundo, las personas deben de
saber hacerlo por si mismas” “Mi conciencia está tranquila, he hecho lo que
tenía que hacer, no han manifestado ninguna necesidad, y si les pasa algo no me
voy a sentir culpable de nada. Y tú tampoco, sino habrías hecho algo más. ¿Qué
vas a hacer un domingo a las once de la noche? ¿Llevarlas a tú casa? Yo voy a
dormir tranquilo”.
Y ella también
durmió tranquila, de un tirón. Aunque cuando a la mañana siguiente las volvió a
ver de nuevo en otra consulta con su médica de familia sintió una especie de
alivio de alguna zona adormilada de su interior.
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