lunes, 18 de febrero de 2013

Grabando la vida


Mira por la ventana, es de noche y comienza a nevar.
Está esperando, al acecho desde el interior, sentada en el alféizar con las piernas dobladas y la espalda apoyada en la pared. Se ha tapado con la manta de la cama, a las once se apaga la calefacción y en este edificio del siglo XV parece haber corrientes ocultas que obligan a arrebujarse hasta las orejas.

El paisaje es de fábula; Un claustro de estilo plateresco construido con la dorada piedra de Villamayor que en cualquier momento parece tener luz propia se prepara a estas horas para acoger suavemente, con cariño y todo el mimo necesario, esta delicada alcatifa nívea tejida alrededor del pozo central. No quiere que ninguno de sus copos sufra y se deshaga con su contacto, desea conservarlos y alojarlos el mayor tiempo posible para ellas, para las cuarenta niñas que se alojan detrás de sus muros.

A ella no se le escapará ninguno, esta noche no, desde su azotea se ha propuesto grabarlo todo en su cerebro.

Así funciona su vida, como una serie de fotogramas sueltos, dispersos, entre los cuales no hay nada. No porque no hayan existido,sino porque simplemente desaparecieron. No puede explicarlo y no le importa, siempre ha sido así desde que tiene uso de razón o memoria, si le preguntan o le hablan sobre aquella etapa, historia o episodio de su vida que no ha dejado impreso en uno de aquellos negativos...no existe. Por eso de vez en cuando se para, revisa la grabadora, busca la película con la mejor calidad posible y se dispone para no perder nada de lo que sucede alrededor.
Esta noche es una de ellas, lo sabe desde que oyó decir a la Hermana Pilar que iba a nevar, no quiere que se le pase de largo; la nieve y el lugar compondrán el decorado perfecto, sin necesidad de colorear el papel continuo de color marrón que utilizan en las fiestas de S. José.
Allí estuvo durante un tiempo indeterminado, observando cómo el blanco se extendía entre las columnas, elaborando un solideo para cada uno de los cuatro apóstoles que estaban instalados en las esquinas y cubriendo las losas por las que diariamente caminaban y cruzaban de las clases al comedor, salas de estudio, dormitorios y vuelta a empezar.
El silencio inicial ha ído transformándose en un adagio, una música lenta que la ha desplazado poco a poco hasta su cama; inconscientemente y con aquella manta a rastras terminó apagando la grabadora con la cantidad de cinta suficiente para que en momentos como el de esta mañana rebobine y aparezca con la misma intensidad; veinticinco años después.













Fotografía del lugar en la actualidad.

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