Araceli se
levantó con dolor de cabeza, las palabras le retumbaban todavía como si
vinieran desde un aparato de música estropeado; distorsionadas, lentas y
amenazantes..- hi -ja de pu- ta, da- te la vu-el- ta
que te voy
a en-se-ñar lo
que es un
hom-bre. Tiembla al recordarlo, no sabe que va a hacer pero no puede
seguir así.
¿Por qué no podremos elegir a las vecinas y
los vecinos?
La suya se
llama Loli y lleva conviviendo con su pareja (entre
primeras y segundas oportunidades) unos cuatro.
Loli es de
estatura normal, unos 35 años, con una guapa melena castaña clara, buen cuerpo
y estilo para vestir cuando la economía se lo permite, que no es muy a menudo.
Nunca se han tratado demasiado a pesar de que las puertas de sus pisos están
una al lado de la otra, aun así, conoce lo suficiente sobre ella: Tiene una
media jubilación por un problema cardiaco grave sucedido hace unos años, está
separada de su primer marido, ¡otra historia parecida!, y ahora trabaja en una
tienda de ropa cara porque la dueña obtiene beneficios asociados a su
minusvalía. Así de duro y real.
La fama de mala
cabeza y persona inestable la ha acompañado a lo largo de su vida, aunque
Araceli piensa que su baja autoestima tiene mucho que ver.
En ella todo es
un continuo ir y venir, todo se repite.
Después del lío que montaron, con denuncias de malos tratos por parte de ella,
acusaciones de robo de dinero y broncas entre las familias, han vuelto a vivir juntos.
Javier, que así
se llama, es cinco años menor que ella, más bajo , delgado y no debe de ser
feo, pero a estas alturas cada vez que lo ve no se molesta ni en mirarlo a la
cara, solamente puede escupirle un “hola” con la mínima pronunciación y
esfuerzo posible.
La mayoría del tiempo no tiene trabajo y
arrastra fama de ser un celoso
preocupante. Para él sólo existe una pasión: las motos, esas especiales
para ir a la montaña y dar tumbos y saltos por senderos o donde le plazca, para
eso siempre hay tiempo y dinero.
¡Y vuelta a
empezar!, los gritos, la falta de respeto, y el emigrar de Araceli del salón a
su habitación (la zona más alejada) para no escuchar y así no sentir tanto
remordimiento. Si ocurre algo, prefiere no saberlo, no oírlo.
Pero ya no
puede más, tiene que actuar.
Ayer fue ella
la que discutió con sus amigas cuando les contó lo que había decidido: Va a ir
a denunciar la situación de Loli ¡con ella o sin ella! Tiene claro (casi) que quiere
hacerlo…
Sin embargo,
todas estaban en su contra, que si está chiflada, que se va a meter en problemas
con las familias, que si Javier va a ir a por ella y sobre todo que
probablemente Loli no va a estar de acuerdo y tendrá que respetar su opinión.
Le da igual,
está cansada de hacer como que no oye,
de soportar que todo el mundo hable y hable (si, ella también) sin hacer nada
de nada. Loli no escucha a las pocas personas que se atreven a decirle algo,
reciben siempre la misma respuesta; “es que a pesar de todo es muy bueno y me
quiere mucho”, como le dijo a Gloria la semana pasada cuando fue a visitarla a
la tienda.
Si algún día le
pasa algo, estas mismas personas serán capaces de acusarla de no mover un dedo
viviendo al lado. ¡A toro pasado todo es muy fácil!
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Araceli estuvo
esperando a que sonaran los pasos en la escalera, Loli era tan poco discreta
que siempre que llegaba se enteraba nada más cerrar la puerta de la calle. Los
golpes de las botas en los escalones iban indicándole cuanto quedaba hasta el
tercero. Escuchó el portazo de su piso y decidió dejar un pequeño margen.
Pensó, recordó
y ensayó en voz alta el diálogo que tenía preparado con las diversas opciones
que podían ocurrir. No quería que la dejara sin argumentos. Uno, dos, tres…
¡allá va!
Tocó el timbre
y nada más hacerlo sintió que la boca se le quedaba como si hubiera comido
medio kilo de bacalao, pedía agua urgentemente. Pero aguantó, ¡meca!, Loli
debía de estar en la ducha. ¡Parecía tonta! ¿Acaso no estaba acostumbrada a oír
el agua en el baño a los cinco minutos de entrar ella en casa? ¿Cuantas veces
había protestado en voz alta por ello? A Loli no le importaba la hora ni los
ruidos, era una acción rutinaria que cumplía fielmente.
Cuando se abrió
la puerta lo confirmó, el olor a gel afrutado, de esos que parecen manzanas (y que no soporta), le llegó desde
el baño. Loli vestía un chándal rosa, la melena recogida y zapatillas de felpa
naranja, con una Hello Kity en cada una.
La miró con
cara de sorpresa, sonrisa con apertura melón en su boca y la frente relajada.
En todos los años que llevaban de vecinas debía de ser la segunda o tercera vez
que llamaba a su casa; le preguntó qué quería
sin invitarla a pasar.
Y Araceli
empezó tímidamente uniendo las letras, despacio, para formar las palabras
adecuadas, observando su reacción y siguiendo su memorizado discurso. A medida
que cogía confianza lo que salían ya no eran palabras, sino frases a una velocidad y claridad que le
sorprendieron a ella misma. Cuando acabó se sentía como cuando era pequeña y le
confesaba un secreto a su madre. Muchas
veces intuía que tendría un castigo pero era mejor eso que vivir con aquella
angustia dentro. ¡Por fin, hecho!
Estaba tan
ensimismada que no se había dado cuenta de la cara de Loli; era un cuadro, pero
de verdad. En ese momento era como una de las figuras fantasmagóricas del Greco
, la cara larga, los ojos caídos que parecía que de repente se habían
introducido en las cuencas producto de una vergüenza inconfesable y la mano en
el pecho, que era lo que más le preocupaba. Temía que le fuera a dar algún
infarto por su culpa y entonces menudo
arreglo habría preparado.
Y lo peor era
que no hablaba, ni media palabra. Sin previo aviso empezaron a caer unas
enormes lágrimas por su cara, fueron unos instantes, no duraron más. Caían con
todo su peso, sin que nada las retuviera hasta que llegaban al jersey de su
pijama formando unas sombras alargadas
de acuerdo al resto de su figura.
Se recompuso,
cambió hasta el color de sus mejillas y con una altivez que la dejó fuera de
juego le dijo que se metiera en su casa y se ocupara de sus asuntos. Sin darle
tiempo a decir palabra le cerró la puerta en las narices de manera que sonó en
todo el edificio un enorme zambombazo, eso
la hizo reaccionar.
Antes de que
nadie la viera se metió en su casa y todo aquel sentimiento de trabajo bien hecho y tarea cumplida se transformaron
en dudas, miedo y una rabia que la
encendía. Pero ¿esta tía que es lo que quiere? ¿Aparecer llena de golpes o tal
vez algo peor? Pues mira, problema de ella, es lo que se merece. ¡Por imbécil!
Encima de que se había atrevido a dar el paso sin que ella se lo hubiera pedido
la trataba así. ¡Era una orgullosa y una prepotente que no quería reconocer que
necesitaba ayuda! Y así continuó relatando un rato.
Al final
consiguió relajarse un poco y se sentó a pensar qué hacía ahora. Unos instantes
antes lo tenía muy claro pero en este momento... dudaba de todo.
Quería
ordenar las ideas, así que decidió que
hasta el día siguiente no volvería a pensar en ello.
Cuando se
vieron a lo lejos empezaron a sonreír, ninguna era muy efusiva, dos besos
formales y un ¿qué tal estás? sirvieron para romper el hielo y dar paso a lo
que de verdad querían. Hablar y contar, todo sin resúmenes, saber una de la
otra hasta la última anécdota. Llevaban demasiados años hablando por teléfono,
sólo por teléfono.
Loli ya no
huía, y eso se le notaba, sólo hacía cuatro meses que era libre y le parecía
que llevaba media vida. Adiós a la vida secreta, a no poder ir al pueblo, ni
fiarse de las personas desconocidas... ¡habían sido cinco años duros, muy
duros!
Los recuerda
día a día, casi minuto a minuto; la paliza final, aquella que la obligó a ir al
hospital y mentir una vez más, la cara de Araceli cuando volvió a casa y se la
encontró en el pasillo pero no le dijo
nada. Se recuperó con Javier a su lado las 24 horas del día, eso era lo que él
quería, tenerla allí, día y noche, dependiente total, necesitando su ayuda
hasta para ir al baño, -Cariño, no te preocupes, para eso estoy yo, no necesitas
a nadie más- le decía a todas horas.
Casi lo
consigue, estuvo a punto, pero no podía. Ya no, quería marchar, salir de
aquella jaula podrida y sabía quién la iba a ayudar.
Todo fue poco a
poco, cada vez que Javier salía aprovechaban para organizarlo, antes de que empezara de nuevo, esta vez ya
no había vuelta atrás.
¡Y llegó el
día! Araceli arrancó el coche y Loli lloró, lloró como nunca lo había hecho,
sin parar, sin hablar, sin disimulos. Las lágrimas sabían a golpes, insultos, peleas, gritos...y ella las
iba atrapando con la lengua y tragándolas para que nunca más pudieran volver a
escaparse.
Los años en las
casas de acogida y grupos de terapia habían sido difíciles, pero muy felices.
Compañeras y mujeres como ella, que la entendían y no la juzgaban, donde se
sentía respetada y valorada.
Y por fin, hace
cuatro meses la llamada de Araceli; había muerto. Si, Javier se había matado
con la moto en el monte. Aquella honda cr 85 de segunda mano en verde y blanco,
una moto de cross pagada con el dinero que
ella había ahorrado durante un año entero de trabajo, accedió a dárselo después
de que él la violara tres veces seguidas y la obligara a jurar que nunca en la
vida la habían hecho disfrutar tanto. El merecía aquel capricho -¿a que sí
cari, a que no te importa nada dejarme ese dinero? a mí, que soy la persona que
más te cuida y te quiere. Tú no te preocupes por nada, que para eso estoy yo
aquí, y voy a estar muy, muy contento contigo-
Ahora sabe que
es la mejor inversión que ha hecho en su vida; pero no quiere pensar en ello,
sino en contarle a Araceli que ha conseguido un
trabajo en otra tienda, y que hay un chico muy agradable en una
cafetería de la calle con el que ha quedado un par de veces para tomar algo. Y
de que vivir sin miedo es la mejor experiencia que ha tenido, ya no mira hacia
atrás cuando camina por la calle.
Está pensando
en volver al pueblo en Semana Santa, es cuando más gente regresa y quiere que
la vean, que observen lo guapa y feliz que se encuentra. Sólo irá unos días,
porque su vida ya no será allí, no podría, pero tiene una tarea pendiente.
Quiere ir al
cementerio para llevar un enorme ramo de flores a la tumba de Javier, exactamente
lo mismo que habría hecho él con ella.
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