Estoy buena,
que si, pero no de ver, que eso al fín y al cabo me importa un rábano en este
momento.
Estoy buena físicamente, estoy buena de salud, estoy
buena tal y cómo me deseaban mis abuelas, con kilos de sobra, mofletes rellenos
y coloretes estilo Heidy. De otra manera se preocupaban, me miraban y
escudriñaban para ver si notaban algún síntoma raro; comer poco, toser
demasiado, bostezar a destiempo...cualquiera de ellos era excusa para advertir
a mi madre de las consecuencias de no prestar la atención necesaria a estas
amenazas.
Daba igual lo
que yo dijera, la juventud era una época sospechosa, de la que se debía
recelar, porque abundaban "las tonterías que decían por la televisión y me
podían llevar por malos caminos".
Pero nunca
ofendían, mis abuelas tenían carta blanca para decir lo que pensaban y les
apetecía, porque la mayoría de las veces lo decían con ese tono de regañina
cariñosa, en la que me reñían besándome, tocándome, convencidas de la
inutilidad de sus palabras pero a la vez sintiéndose responsables de continuar
con esa tradición sin las que no serían lo mismo.
Con el paso del
tiempo las añoro, me gustaría volver a tenerlas cerca para que me observaran de
nuevo como sólo ellas sabían hacerlo, recibir esos besos-metralleta, ¿os
acordáis? mua-mua-mua-mua-mua....a una velocidad directamente proporcional a la
edad que tenían; a más años, más besos.
Porque hace
demasiado que nadie me ha mirado ni me volverá a mirar el tiempo suficiente y
con el cariño tan intenso que ellas podían permitirse para sus nietas y nietos.